«Cristo crucificado». Obra de Diego Velázquez (1599-1660). |
AÚN CAE LA LLUVIA
Edith Sitwell (1887-1964)
Aún cae la lluvia
Oscura como el mundo de los hombres, negra como nuestra destrucción
Ciega como los mil novecientos cuarenta clavos
Hincados en la cruz.
Aún cae la lluvia
Con un son parecido al latir del corazón
Convertido en golpear de martillo
En el Campo del Alfarero, y al son de pisadas impías.
Sobre la tumba:
Aún cae la lluvia
En el Campo de Sangre, donde crecen diminutas esperanzas, y el cerebro humano,
Gusano con rostro de Caín, nutre su codicia.
Aún cae la lluvia
A los pies del hombre extenuado colgado de la cruz.
Cristo, que cada día, cada noche, estás ahí clavado, apiádate de nosotros,
Del rico Epulón y de Lázaro:
Bajo la lluvia, las llagas y el oro son lo mismo.
Aún cae la lluvia
Cae aún la sangre del herido costado del hombre extenuado:
Lleva en su corazón las heridas todas: las de la luz que se extinguió,
La chispa postrera y débil
Del corazón auto inmolado, las heridas de la triste e incomprendida oscuridad,
Las heridas del oso hostigado
El ciego y gimiente oso, cuya carne indefensa
Azotan los guardianes... las lágrimas de la acosada liebre.
Aún cae la lluvia
Entonces —"He alzarme hasta mi Dios, ¿quién me derriba?"
Ved, ved cómo la sangre de Cristo fluye en el firmamento:
Se derrama de la frente del que clavamos al madero
Profundo y moribundo, el sediento corazón
Que custodia los fuegos del mundo,
Oscuros y empapados de dolor
Como la corona de laurel del Cesar.
Entonces se oye la voz de Aquel que,
como el corazón del hombre,
fue una vez niño y durmió entre animales:
"¡Te amo aún, derramo aún mi luz
inocente y mi sangre por ti!”.
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