La colina de los helechos (Fern hill)

«Niños campesinos en el campo». Obra de Alekséi Venetsiánov (1780-1847).





LA COLINA DE LOS HELECHOS

(Fern Hill)


Dylan Thomas (1914-1953)


Cuando era joven y libre bajo las ramas del manzano

en torno de la casa arrulladora, y feliz como verde era el pasto,

la noche sobre la cañada llena estaba de estrellas,

el tiempo me dejaba dar voces y trepar

hasta el dorado apogeo de sus ojos,

y venerado entre carros, era yo el príncipe de las ciudades de manzanas,

y alguna vez con todo señorío, hice que hojas y árboles

se arrastraran con margaritas y cebada

hacia abajo, en los ríos alumbrados por las frutas caídas.


Y como era tierno y despreocupado, famoso en los graneros

en torno del patio alegre, cantaba, porque la granja era mi hogar,

al sol, que es joven apenas una vez,

el tiempo me dejaba jugar

y ser dorado en la gracia de sus poderes,

y tierno y dorado era yo cazador y pastor, y los becerros

cantaban a la voz de mi cuerno, en las lomas los zorros ladraban con clara y fría voz,

y el domingo sonaba despacio

en los guijarros de los sagrados arroyos. 


Todo el curso del sol era un deleite, una carrera,

los campos de heno altos como la casa, las tonadas de las chimeneas, era el aire

un juego lleno de belleza y agua

y el fuego verde como pasto.

Y de noche, bajo estrellas ingenuas,

mientras cabalgaba hacia el sueño, las lechuzas se robaban la granja,

todo el pasar de la luna entre establos bendito, oía a los chotacabras

volar entre las parvas y veía a los caballos

como relámpagos en la oscuridad.


Y luego, al despertar, la granja regresaba cual vagabundo

blanco de rocío, con el gallo en su hombro, todo

brillante, era Adán y su virgen

y el cielo se formaba de nuevo

y el sol creció redondo aquel preciso día.

Así debió haber sido luego de nacer la luz primera,

en el primer lugar donde comenzó todo, con caballos hechizados y fogosos

fuera del verde establo, repleto de relinchos,

hacia los campos de alabanza.


Y venerado entre zorros y faisanes junto a la casa alegre,

bajo las nubes recién hechas y feliz como era interminable el corazón,

con el sol tantas veces nacido,

yo corría por mis caminos, alocado,

mis deseos se desbocaban a través del heno alto como la casa,

y nada me inquietaba en mi celeste vagar, pues el tiempo

en su giro melodioso, concede tan pocos cantos así de mañaneros

antes que los muchachos tiernos y dorados

lo sigan hasta perder la gracia.


En esos días, blancos como corderos, no me importaba que el tiempo pudiera llevarme

hasta el desván lleno de golondrinas, tomándome por la sombra de mi mano

mientras asomaba la luna,

ni que, cabalgando hacia el sueño,

llegara a oír su fuga entre los altos campos,

para despertar ante la granja, borrada para siempre de ese país sin niños.

Oh, mientras fui joven y libre en la gracia de sus poderes,

el tiempo me sostenía tierno y moribundo

aunque cantara en mis cadenas preso, como el mar.


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