El lebrel del Cielo

«La cruz en la encrucijada». Obra de Michał Wywiórski (1861-1926).






EL LEBREL DEL CIELO

(Fragmentos)


Francis Thompson

(1859-1907)



Huía de Él por la áspera pendiente

De las noches y los sdías;

Huía de Él cruzando las arcadas

De los años sombrías;

Y por los laberintos de mi mente

Huía de Él; y en brumazón de llanto

De su faz me escondía con espanto,

Y me aturdía en ondulantes risas.

Corrí tras vislumbradas ilusiones

Con alocadas prisas,

Hasta rodar por breñas y peñones

Al titánico horror del negro abismo,

Donde repercutían

Esos Pies que implacables me seguían.


Mas con cazar tranquilo,

Y ritmo inalterado,

Con paso meditado, majestad constante,

Golpeaban —y una Voz golpeaba

Más rauda que los Pies—

«Todas las cosas te traicionan, tú que a Mí traicionas».


(…)


Mas en la cacería sosegada

Siguen los Pies con majestad serena,

Urgentes en su prisa mesurada;

Y su batir, que en pos de mí resuena,

Cubre una Voz que dominante hostiga;

«No Me abrigas a Mí: Nadie te abriga».


(…)


Mas por momentos más y más me acosa

La caza imperturbable y majestuosa,

Apremiante en su prisa mesurada;

Y, más veloces que esos Pies que atruenan,

Vivos reclamos de una Voz resuenan:

«Tú no me alegras: No te alegra nada».


(…)


Mas ya de la carrera desalada

Se echa encima el estruendo,

Y me cerca esa Voz con el tremendo

Aullido de las olas en jauría:

«Qué destrozos son estos,

Arcilla vil, montón de rotos tiestos?

¡Ves, todo huyó de ti, porque Me huías!».


«¡Oh, ser extraño, lastimoso, inútil!

¿Por qué su amor ha de guardarte nadie

-dijo- si soy lo único que irradie

Sobre la nada el don de una sonrisa?

El corazón humano amor no ofrece

Sino a quien lo merece;

Y tú ¿de quién jamás has merecido

Que te mire y que te ame,

Tú, de la arcilla de hombre que se pisa

El terrón más infame?

¡No sabes cuan indigno siempre has sido

De todo amor!… Y ¿quién será el que quiera,

A ti tan vil, brindarte su cariño?

¿Quién sino Yo? ¡ay! ¿quién sino Yo solo?

Cuanto te arrebaté, lo hice sin dolo,

No por dañarte, antes buscando plazos

Para que al fin pudiera

Hallarlo tu extravío entre Mis brazos.

Cuando tu error de niño

Imaginó perdido, aquí te espera,

Guardado en casa por Mi amor paciente.

Ponte de pie, dame la mano y vente!».

Detiénense los pasos a mi vera.

—¿Al fin mi oscuridad no es otra cosa

Que la sombra amorosa

De Su mano tendida en la caricia?—

«¡Ay loco! ¡ay débil! baste…

¡Ciego! ¿por qué te ofuscas?

¡Yo, Yo soy el que buscas!

¡De ti echaste el amor cuando Me echaste!».



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